Hoy comenzaré contando un cuento : EL GALGO.
Llano, silencioso, largo como el invierno, o como el alma de un niño. Desnudo, lampiño, afilado, preso de la soledad del páramo, recorre las veredas bajo nubes borrascosas que cuelgan del cielo hacia donde el can apacenta sus ojos. Por un instante se detiene, avizora, husmea…, como meditando el tedio de la vida; después, cabizbajo, con zancadas ágiles, reanuda la marcha cuando empieza a nevar sobre aquel alma arrecida. Está más estrecho que la “ley de fuga” -dice mi padre-. Es ligero como los pensamientos –dice mi madre.
Noble, fiel -como un jacinto retrato de obedientes- el pobre galgo arrastra su triste figura como un atleta derrotado. Desconfiado, solitario, al atardecer de cada día llega hasta la era y encama bajo un bidón, junto a una leñera, en las bodegas. Y al amanecer de cada día se da la tusa entre Quintanilla del Agua y Lerma: come en el basurero al mediodía; después sestea; más tarde sortea la granja de Báscones sin disputar la comida a los buitres. Y pasea con sus patas flacas, bordeando el monte, junto a una casa deshabitada. Al final el galgo atraviesa las Rozas, salta el arroyo volando como los pájaros y persigue a las liebres centelleando en la meseta según el talento de su instinto. El galgo, aunque no ladra, parece lamentar su pasado venturoso y su desdichado presente.
Tímido, reservado, gentil, de color barcino y ojos pequeños y almendrados, acomoda sus huesos sobre la paja. El lebrel no tiene a nadie. No cuelga tanganillo. Por no dar, no da ni sombra. Es un espíritu que solo da pena –diría la poetisa Gloria-. Allí, dormitando, bajo un claustro de hojalata.
Te preguntarás, curioso lector, por qué escribo este cuento sobre un galgo, y sobre liebres… ¿Y la Leishmaniasis?
Pues porque no podemos vivir larga vida libre de incomodidades. En Castilla y León ya padecimos una zoonosis que tuvo como protagonistas los topillos y las liebres. Y ahora es la Comunidad de Madrid la que sufre una epidemia de Leishmaniasis ocasionada por un protozoo: Leishmania infantum. El reservorio de importancia veterinaria es el perro doméstico como hospedador vertebrado. Pudiera ser un galgo como el de la foto. Pero no; quedan pocos en zonas periurbanas de Fuenlabrada, Leganés y Getafe. Y aún menos cazadores. Pero el protagonista vuelve a ser la liebre como reservorio mamífero sinantrópico (próximo al hombre) en aquellas hectáreas de parque con superpoblación de lebratos que sufren elevada prevalencia de infección.
¿Y el vector transmisor? Pues la mosca de la arena (sandflies), un Phlebotomus perniciosus que sirve de hospedador invertebrado al protozoo. Los mosquitos se reproducen de mayo a octubre y son activos al atardecer, sin viento, zigzageando alrededor de los focos. Eso sí, tienen la deferencia de picar sin dolor.
Hasta la fecha se han declarado más de 240 casos en Madrid en los dos últimos años. En los tres últimos años, en Burgos, únicamente se han declarado dos casos (al mosquito vector no parece gustarle el frío de Burgos).
Pero el tránsito de perros entre países, los cambios en los ecosistemas (temperatura y urbanización) y el aumento de población inmunodeprimida obligan a estrechar la vigilancia de esta enfermedad que es endémica en los países del Mediterraneo.
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