lunes, 26 de marzo de 2012

RELIGIÓN Y CIENCIA




Piadoso lector:
Aquí estoy, de nuevo, hablando sin ser interrumpido. Si me prestas atención, te contaré…
Que ya es primavera, que mi hija se encuentra entusiasmada preparando el viaje de estudios camino de Roma y que me dispongo a escribirte una nueva carta.
Esta vez opinaré para mejorar la percepción social de la ciencia aunque, muchas veces, lo que interesa a las personas son más las informaciones mediáticas que las sesudas reflexiones, sean éstas sobre la salud, la naturaleza o el tiempo.

Los avances científicos conllevan exigencias éticas, nuevos retos que nos obligan a comunicar dichos descubrimientos a la sociedad, a un ciudadano que exige una explicación de las cosas (en medicina está el “power patient”, el poder del paciente). Además, dicha información ha de ser transmitida con confianza, veracidad y transparencia. Pero… ¿qué verdad?

El pasado fin de semana leía, en el Diario de Burgos, una entrevista al Obispo Burgalés de la Diócesis de Ciudad Rodrigo, Ilmo. Sr. D. Raúl Berzosa, en la que manifestaba que ciencia y religión no eran excluyentes. Y estoy de acuerdo con este enunciado del humilde vigilante. Y digo humilde porque su jurisdicción apenas alcanza las 35.000 almas; y vigilante, por el cargo –aunque no puedo disimular una sonrisa cuando pienso en mi colega, el epidemiólogo de Soria, también vigilante, cuando le espetamos que goza del privilegio o bula de poder prescindir de las tasas ya que su jurisdicción para la vigilancia epidemiológica apenas alcanza las 100.000 almas.

Existen coincidencias entre religión y ciencia. La humildad es un bien en la religión, pero tanto más lo es en la ciencia donde la duda es la que nos ayuda a avanzar. La ciencia nunca da nada por definitivo y ahí radica, precisamente, el secreto de su éxito. Otra coincidencia es que ambas, ciencia y religión, hoy se ven perseguidas por defender argumentos universales y globalizados. Así que nos dice el Sr. Obispo que ciencia y religión son complementarias y compañeras de viaje en el misterio de la vida (como las golondrinas que ilustran el post). Compañeras sí, en buscar la verdad, pero ambas siguen un camino (método) distinto y aquí radica la principal diferencia.

También me llamó la atención su propuesta filosófica por la que jerarquiza al hombre según su nivel de pasiones: el erotismo –la más baja-; el poder político, después; luego la ciencia; más tarde el arte y, por último, el misticismo –la pasión suprema, nos dice. Pero yo preferiría aquella otra taxonomía que nos ayuda a entender las cosas. Una visión de Einstein sobre el amor y el conocimiento: “al principio todo el conocimiento está puesto en el amor; después, todo el amor está puesto en el conocimiento”. O bien, parafraseando a Chéjov, aquello de “hay más amor al hombre en la electricidad que en la castidad”.
Vamos, que la vida del hombre más que medirla según un “índice de pasión” o “un “indicador de amor”, merece tratarse como una variable sintética en función de otras, como puede ser el camino o el método de adquirir conocimiento, que, como dice el obispo, no tiene por qué acercarnos ni alejarnos de Dios.

La religión se convierte, así, en una forma honrada de adquirir conocimiento y quienes se han entregado a la alabanza de Dios con sus virtudes han contribuido, también, al progreso común. Pero la religión sigue otros métodos en su búsqueda de la verdad, sigue otro camino como es el dogma y la autoridad.

También busca la verdad el arte –ese imaginar la realidad- que es fuente de inspiración para todos nosotros ya se trate de simplemente hacer bien las cosas, o de imitar a la naturaleza (realismo). Si queremos representar un mundo de soledad, de aislamiento, de angustia… ahí tenemos a Hopper, a Hitchcock, a los expresionistas.

Ciertamente, aunque siguen caminos diferentes, no son incompatibles ciencia y religión, bien sea la creencia en un Dios personal como en un Dios Einsteniano –metáfora de los secretos que esconde la naturaleza-.

Pero lo que verdaderamente le hará feliz al Ilmo. Sr. Obispo, como a mi hija, es aquello de "todos los caminos conducen a Roma".