viernes, 28 de noviembre de 2014

NEUROCIENCIA Y FÚTBOL

Si prestan atención les contaré que el fútbol es una analogía de la vida y que compite con la religión en la búsqueda de la felicidad. El fútbol, al tratarse de un hecho social, identifica, emociona y da sentido de pertenencia. Pero lo que no sabíamos es la relevancia que tienen los recuerdos y el fútbol. El centro estatal de Alzheimer de Salamanca acaba de presentar un proyecto de la Universidad Autónoma de Barcelona que utiliza la terapia de reminiscencia con el fútbol para mejorar el estado de ánimo y retrasar el deterioro cognitivo en el Alzheimer. Así es que ya sabemos que el fútbol es terapéutico. Pero como la gloria es un remiendo en un harapo -decía Pushkin-, vamos, que dura poco, en honor a la verdad cabe reconocer que se está estudiando en la actualidad cómo los cabezazos de futbol pueden ocasionar deterioro cognitivo. En fin, que siguiendo la filosofía de Hommer Simpson el fútbol, como el alcohol, es la causa y la solución de todos los problemas.

jueves, 27 de noviembre de 2014

¿CÓMO NOS ORIENTAMOS? GPS de SERIE

Ya conocemos el “Global Positining System” (GPS), una fuente de información geográfica global que llevan nuestros móviles y navegadores y que, mediante el WGS84 (World Geodetic System), un sistema de coordenadas estandarizado que pasa paralelos y meridianos de 3D a 2D, a unas coordenadas cartesianas UTM (Universal Transversal Mercator, con meridianos equidistantes), nos permiten localizar cualquier punto sobre la Tierra y dibujar mapas. Pues bien, lo que no sabíamos era que nuestro cuerpo trae de serie uno de estos GPS. Vamos, que la base celular para la orientación, una de las funciones cognitivas, radica en el hipocampo. Allí, con una células sensibles, se va fotografiando el mapa de un lugar y mediante otras células retícula de coordenadas se retiene el posicionamiento de una localización. En esto se basa la memoria espacial y la sensación de distancia basada en el movimiento. O´Keefe, profesor de Neurociencia cognitiva del University College (Londres) y el matrimonio noruego de neurofisiólogos Edvard Moser y May-Britt, han descubierto un amalla neuronal hexagonal en la corteza entorrinal conectada con el hipocampo lo que les ha valido el Premio Nobel de Medicina y Fisiología 2014. ¡Por fin estamos más cerca de descubrir por qué las mujeres no entienden los mapas!

martes, 18 de noviembre de 2014

THE BLACK SWAN. EL AZAR Y LA FALACIA NARRATIVA

Somos ingenuos pavos inductivistas que necesitamos de narraciones, de categorías, de simplificaciones… y esto nos hace vulnerables. El hombre maneja mal el azar pues banaliza lo que es frecuente y enfatiza lo que es raro. Además piensa mas en la causalidad que en la casualidad (la serendipia; vamos, la chiripa). Y es por eso que inventamos historias “a posteriori” para que los hechos tengan una causa. Pero el mundo –complejo- está lleno de incertidumbres y está impregnado de azar. El azar en matemáticas, en estadística, es predecible; en física manejamos sucesos determinísticos y estocásticos, en biología se estudian mutaciones o también simples asociaciones estadísticas (que no son factores de riesgo o causales). Pero un suceso que no sea predecible –que no pertenezca a la curva normal "mediocristán" sino a “extremistán”, nos dice Nassim Nicholas Taleb-, que sea altamente improbable, es un “cisne negro”(cygnus atratus). Además estos sucesos producen graves consecuencias –por ello es mejor precaverse de ellos mediante el pensamiento contrafactual, es decir, pensando en sus consecuencias mas que en su probabilidad de ocurrencia. Por último, a estos sucesos siempre buscamos una narración explicativa (11S, 11 M, Internet, el incendio del Yuso o el de Campofrío…). Porque la narración (el mito) es mas antigua que la filosofia y, como cuando se nos rompe un calcetín, enhebramos hechos e historias para ordenar la realidad, para dar sentido a los acontecimientos retrospectivamente. Nuestro cerebro adquirió evolutivamente la capacidad de tomar decisiones rápidas con la mínima información. Información que cuesta adquirir, almacenar y procesar. Por eso el cerebro elige las historias, porque son mas fáciles de recordar y de vender. En fin, que todos los hombres somos filósofos, porque tratamos con ideas o conceptos, pero esta semana en un ataque de hipersensibilidad filosófica me enfrasqué en una discusión epistolar sobre filosofía de la ciencia con mi hija Lara. Una hora estuvimos argumentando por Whatsapp sobre los métodos en economía –la ciencia lúgubre, le llegué a decir en el acaloramiento de la batalla dialéctica. Sí, porque nos dice que no hay nada gratis-. Le recordé que Nassim Nicholas Taleb, el autor de “The black swan”, critica a historiadores, sociólogos y economistas porque pecan de verificacionistas, porque creen que pueden predecir, porque sufren de esa imperiosa necesidad de buscar una explicación, de encontrar un patrón lógico en los hechos que estudian. Pero con estudios observacionales no pueden aspirar a explicar, a encontrar causas. Así que mas humildad intelectual Socrática, más modestia –le dije a mi hija. Y este asunto duele a científicos sociales como Hayek quien critica como cientifismo a ese exceso de confianza en los métodos de las ciencias naturales. Vamos, que mi hija me llamó petulante así, de sopetón, y por extensión a todos los de ciencias. Pero son honrados otros métodos de conocimiento –le dije- como el arte o la religión. Y las ciencias sociales pueden y deben utilizar el método científico en el estudio de los fenómenos sociales. Pero para ser científico no basta con observar o contar. Hace falta ser objetivo y plantear hipótesis que puedan ser falsadas pues si esto no es posible ocurre como con la religión, que quedarían fuera del ámbito de la ciencia. En demasiadas ocasiones quienes estudian la condición humana (la ciencia se define por el método no por el objeto de estudio) buscan con frecuencia causas, narraciones –con el riesgo de caer en la falacia narrativa- para buscar la etiqueta de “científico”, lo que les confiere prestigio o respetabilidad. Pero no basta con que los sociólogos o antropólogos redescubran que es inmoral vivir sin casa o que la segregación es mala para la integración escolar. Para influir en las políticas públicas hace falta demostrar que se obtienen peores notas en pruebas estandarizadas. No vale con decir a un juez o a un político que lean a Dickens, o a Weber. Por todo ello me ha resultado extraño esta semana leer en un medio a una antropóloga que preconiza que las ciencias sociales deben “interpretar” a la luz del método científico (cuando lo que la ciencia trata es de explicar), o que “es preciso hacer preguntas e imaginar la realidad”. Pero esto es el arte –diría Unamuno.