martes, 28 de mayo de 2013

TRATADO DE MELANCOLÍA URBANA

Y Seguimos con la poesía -aunque ya dijimos que corren tiempos mas propicios a la tragedia-. Si prestan atención les contaré cómo presenté este viernes 24 de mayo, en la Sala Polisón del Teatro Principal de Burgos, la última obra poética de un compañero médico, el pediatra Carlos de las Heras Santos. Gracias a todos Uds. Por su presencia y gracias al editor de "Gran Vía", Eduardo Munguía, por la consideración que ha tenido al contar conmigo en este acto en el que Carlos de las Heras nos presenta su nueva creación “Tratado de melancolía urbana”. Suelo decir aquello de Félix de Azúa, que a los artistas solo alaban los amigos y familiares. Pero yo esta tarde quiero decir que presumo de ser colega y amigo de Carlos de las Heras, de este médico escritor o escritor médico entusiasta, vital, apasionado, y que me llena de orgullo, que es un privilegio, poder glosar la aventura poética, de hacer un juicio estético de la obra de un autor como Carlos que transita hacia ese territorio de la imaginación, de la memoria, de la infancia, hacia el pasillo verde de la infancia –nos dice en su poema “El Espejo”. Porque… ¿Hacia qué otro lugar, si no, iba a mirar un pediatra? Él, que goza del privilegio de tener dos infancias: la suya y la que vive con su profesión. Y ya que disfruto de este inmerecido privilegio, este diletante crítico literario que les habla ha pensado que la intervención debía girar en torno a dos ideas: una, la expresión, otra, el contenido –ambas muy unidas en el caso de la poesía. Respecto de la expresión, del género lírico, destacar el vínculo, el lazo íntimo, la comunión que existe entre poesía y medicina, entre literatura y ciencia y, sobre el contenido destacar el efecto que la poética de Carlos de las Heras tiene en los lectores, el protagonismo de los lectores. Unos lectores que impregnados por su poética, de sus ideas y actitudes, sienten el desasosiego. Temas con los, estoy seguro, muchos de nosotros nos vamos a identificar. Con “Tratado de melancolía urbana” Carlos da un giro eficaz a su temática. De una poesía bucólica de su última obra “Los Cabreros” (poemas que añoran su Arcadia cacereña en Santa Cruz de Paniagua) da paso a una poesía desarraigada, mas social, igualmente humana, en la que primero nos describe la realidad incierta y nos invita a la reflexión para, después, seducirnos, persuadirnos a vivir esa aventura poética que consiste en cambiar el mundo con palabras porque sabe que éstas son el camino hacia la libertad. Y volviendo a la idea central de esta intervención, nos preguntamos o le preguntamos a Carlos: ¿Por qué un médico poeta nos regala estos poemas? ¿Por qué siente esta necesidad de la poesía? -¿Acaso por su interés por todo lo humano? -¿Acaso por la intensidad de sus experiencias vitales en su quehacer diario tratando con el sufrimiento, el dolor, la soledad… -temas de la literatura universal-, en fin, temas que tocan los momentos más vulnerables de la vida? -¿Acaso, nos preguntamos, ha elegido el lenguaje, el mundo de la fantasía, como catarsis, como refugio en estos tiempos de incertidumbres, de desasosiego, de desarraigo, sin fronteras, sin límites? - ¡Carlos, cuéntanos si es así! Si la medicina es tu raíz, tu cuerpo y la poesía tus alas, tu alma; si la medicina es tu esposa y la poesía tu amante –parafraseando a Chéjov-. La ciencia y la medicina nos explica el mundo real con palabras pero tus palabras, tu poesía dirige una mirada profunda a comprender esa realidad. ¿Cómo es la poesía de este “Tratado de la Melancolía”, de Carlos de las Heras? Ya decía Roland Barthes que no importaban las intenciones del autor para interpretar un texto pues la poesía captura esas verdades universales de la condición humana. En efecto, la poesía es el espejo donde se refleja el hombre. Se desvanece el autor y aparece el lector: ¡Veréis como os identificáis en estos poemas de Carlos de las Heras! Poemas sin florituras, imaginativos y potentes, que diseccionan lo cotidiano: la compleja realidad humana. -Son poemas químicos pues nos inundan de dopamina, ya sabéis, esa droga del enamoramiento que nos conmueve como en “Elegía del somier”, aliado de la noche, para el amor, el sueño y el descanso…-nos dice- que se achatarra y que, ya viejo ruidoso, acaba desterrado como cerca. O en ese otro “Pretérito Perfecto”, ese tiempo claro y blanco de la infancia, de los recuerdos de una mesa cubierta de un hule con mapa… o en esa veta pasional, instintiva y erótica de los poemas en los que se refiere a la anatomía y a la fisiología: “Colinas blandas” y “Mi compra semanal”. Después llega el plato fuerte, Tras el Saqueo. Es el lema con el que nos explica el contenido de la obra. -En “Fauna urbana” Carlos escarba con la imaginación –nos dice- esculpe con palabras, esa imagen del metro de Madrid con las gentes ajetreadas como “arenques en una caja cilíndrica”. -Dos poemas nos hablan del dolor del tránsito, de las encrucijadas de la vida: de la hostilidad de lo desconocido en “Primera guardería” y de esa tangente que toca la curva de la vida, que te hunde en “Cáncer de colon” (donde apela a la geometría y parece tomarse una licencia post-poética, a lo Agustín Fernández Mallo). En “Tráfico periférico” el gato bufa y corre como único testigo de la violencia de las drogas. Como veis: amor, vejez, erotismo, soledad, estrés, drogas… es la naturaleza humana, nuestra condición. “Es la vida humana…” –parece que nos dice a modo de eslogan. Al final del poemario Carlos nos redime con un poema a modo de Epifanía, de revelación, luminoso y esperanzador: “Será otra vez la Luz”. La poesía como motor de los sueños sin los que no se puede vivir. Cambiemos el mundo –nos dice- hacia un tiempo nuevo en el que otra vez será la luz entre nosotros. Y se despide mostrándonos el fogón donde se han cocinado estos poemas: la cocina está en los domingos de Miranda de Ebro. Y termino con ese poema que hará feliz a Danto: “Definición de arte”. Arte es aquello que un artista decide que lo sea. Carlos de las Heras ha creado esta lírica comprometida que quiere nutrir y alimentar nuestros cuerpos y almas. Gracias por cocinarnos este libro: poesía como elevada filosofía. Una cocina Aristotélica.

lunes, 6 de mayo de 2013

APUNTES DEL NATURAL

Amigo lector, un convento es un buen lugar para pensar y si prestas atención te contaré… Por fin había llegado el primer fin de semana de mayo, refulgente y propicio para la reconciliación con la naturaleza. Lo mejor, tomar unos apuntes del natural. Como jugábamos en Silos decidimos seguir la consigna de la Orden, unos a orar y otros al campo de fútbol, frente al Convento de San Francisco. Opté por lo primero, pues para un equipo de presupuesto asceta como el del C.D. Quintanilla del Agua éste es nuestro principal activo. Desde el atrio del recinto se divisaba la hierba del campo lista para la contienda, de un verde intenso sobre fondo azul y colinas cárdenas en el horizonte al estilo pantalla de Windows. Estaba pateada en las áreas, en forma de tonsura en el círculo central y mas que rasurada por las bandas –como los monjes cuando disputan los partidos en las noches oscuras-. Y por el exterior de las líneas de banda las “chiviritas” revoloteaban como espectadores alborozados por la inminencia del comienzo de aquel partido místico. Por un instante sentí la tentación de saltar al terreno de juego pero, de inmediato, me acordé de Wordsworth: “aunque ya nada puede devolver la hora del esplendor en la hierba… la belleza siempre perdura en el recuerdo”. Además el domingo tenía que correr la clásica antes llamada “Los Buitres” y ahora Mataviejas o Puentedura – Ura y no es cuestión, como me pasó a mi, que tú intentes convencer, a quienes nos animan durante el trayecto a terminar los diez kilómetros del recorrido, de que aquello es una carrera mata-viejos, o que les digas que ya pesan los años, porque te van a soltar, en un ataque de sinceridad, que lo que te pesan son los kilos. Vamos, que decidí pasar de aquellos tiempos épicos a estos otros mas líricos. Así es que desde el convento, aquella impresión primaveral -a modo de magdalena de Proust- me transportó al territorio de la infancia, de la felicidad. No sé cómo pero allí, sin apenas darte cuenta, quedas cegado por la luz de aquel lugar eterno, por la belleza sin abalorios de los montes, por el estruendoso silencio de las piedras, por el zumbido de las golondrinas que se afanan en sus requiebros; en fin, prendado de la naturaleza agreste, elocuente y persuasiva de estas tierras. Y os preguntaréis ¿A qué fin viene este prólogo sobre poesía popular? Pues porque de la misma forma que las imágenes esculpen nuestra memoria, quiero rescatar del desván de mis recuerdos la poesía de Eduardo Fraile Valles, el poeta que reconoce gozar de la dicha de poseer tres infancias: en Madrid, en Valladolid y en su pueblo, Castrodeza. Eduardo fue mi maestro en el cenáculo literario de aquellos días en los que yo presentaba mi libro de cuentos: “Briznas”. Y estuvo en Burgos el pasado jueves acompañado de Oscar Esquivias y de José Gutierrez Román. Presentó su cuarto libro “Ícaro and Co.” de, éste sí, su proyecto de siete libros “Apuntes del Natural”. Guardo con mimo y dedicación el ejemplar 290 de su anterior obra: “Y de mi sé decir”. Y ya que es preciso terminar con la prosa del día a día, y como nadie ignora que a los artistas sólo alaban sus amigos y familiares –que diría Félix de Azúa-, yo no quiero pasar por sospechoso y aquí dejo este apunte, este post pleonásmico, dedicado a un gran poeta que novela en verso con voz clara e intensa.