martes, 26 de abril de 2016

¿QUÉ HARÍA HOY DON QUIJOTE CON LOS MOLINOS?

¡Subirse! Porque… - ¿Ves allí? - amigo Sancho-. Pienso asaltar aquellas pantagruélicas aspas que campean en el horizonte y bracean aventando aspavientos y espantando las sombras caliginosas de la ignorancia. Y bien parece que me inquieren y me avisan de que, a lomos de ellas, bien podríamos caminar y aventurarnos a hombros de gigantes. - ¿Qué gigantes? –dijo Sancho Panza. - ¡Sí, amigo! La ciencia, una empresa de la que Chéjov dijo que había más amor al hombre en el látigo de estos gigantes -la electricidad, en dar luz a las gentes, en explicar el mundo-, que en la castidad que pregonan aquellos dos bultos negros, que parecen dos cuervos croajando. - Mire, vuestra merced, que son dos monjes observantes de Santo Domingo de Silos, que fue lucero de gran luz y amante de las letras, pues como caballero no ignora -y yo lo aprendí en "Wikipedia"- que un claustro sin librería pareciese a un castillo sin armería. Presto se dispuso Don Quijote a poner en efecto sus pensamientos –que eran ligeros como el viento- con los que llenar su hacienda y olla, y se los llevó a un "e-book", o a un “blog”. Vamos, a una bitácora –amigo Sancho-, que es así cómo ahora se llaman los libros. Y ya no son los censores quienes los castigan con la pena del fuego. Son los lectores, o los “referee”, en los pocos de los críticos. Porque si el vulgo los tiene por gusto y los lee por buenos, mejor se gana de comer con los muchos - con el "pop", con lo “kitch”-, que con la opinión de cuatro discretos que los entienden. ¡Ah! Y ya no se queman, sino se descargan, se borran o se desinfectan. ¡Acuérdate de los diez mandamientos, amigo Sancho! Porque hoy del mucho escribir y poco leer a las gentes se les ha secado el cerebro, perturbado el juicio y están más solos que nunca -proseguía sermoneando-. Se comunican con tuits, con tomaduras de pelo, pero pocos saben que las golondrinas trisan o minuran, o que los halcones plipian, o que la lechuza de Minerva cutubía… - ¡Ay, el saber! - amigo Sancho. ¿Sabes que tu rucio magila o rebuzna, o que los cabrones mitan? –inquiría-. Y no basta en estos tiempos con ser literato, o guerrear contra los moros, pues ya no hay Bestiario de Don Juan de Austria sin científicos naturalistas o idealistas como no hay arroyo sin manantial, pues al final de nuestros días todo el amor estará puesto en el conocimiento. Y así, fatigado de estos pensamientos, cavilando, se fue nuestro Quijote a la academia de forofos, digo al bar. Allí verá a otro gigante que también gira, que rueda: el balón, la superficie más pequeña que encierra más sueños. Y aunque Borges diría que el fútbol es una aventura intelectual de estólidos, no hay otra universidad popular como la cantina para licenciarse en estos menesteres… El rector de aquel templo del saber era Evaristo, un socarrón merengue que lo regentaba con su hermana, Severina. Evaristo, el oficiante, decía que la mujer hasta los 16 era agua destilada, a los 25 “champagne”, a los 35 licor, y de 40 a 100 aceite de ricino. . ¡De gasoil es mi esposa, mi linda caleña! Es lenteja, como una caracola, pero con ella me enamoré de la Física y aprendí, definitivamente, que el tiempo es algo relativo –replicó alguien que devoraba el partido con los ojos, como jugándose la vida. -¡Mira, James, de tu país! –Otro colombiano, dijo Evaristo balanceándose por la barra-.De repente se detuvo y comenzó a batir los dedos por el mostrador, como tecleando un piano. Parecía ansioso por el resultado. Balbució algo: -¡Emeterio, tú tienes la culpa! Emeterio era un viejo que siempre sonreía con los ojos entornados y las manos en los bolsillos. ¡Cabrón! –Le espetó. Llegó el cojo en una moto. Alguien dijo: - ¡Ya viene el Feo! ¡Calienta, que vas a salir! –Le saludaron. Epi y su hermano se detuvieron en la puerta del bar y levantaron la mano. Si no les saludo no se van –apuntó Evaristo. A un fumador compulsivo le sonó un Nokia. “¿Digi?” –respondió con sorna increpando a los espectadores. - ¡Goooool, gooool de Cristiano! – sifló la televisión como una sierpe. ¡Fútbol digital, amigo Sancho! Porque el fútbol es un milagro, como la literatura. Es el espejo del mundo que nos transporta al territorio de la infancia. Y para terminar llegó el pitido final, el acabamiento del embeleco: mientras la cabeza me da vueltas y bailan las sensaciones, edito este cuento que, a buen seguro, tendrá entretenidos a desocupados lectores. VALE