lunes, 6 de mayo de 2013
APUNTES DEL NATURAL
Amigo lector, un convento es un buen lugar para pensar y si prestas atención te contaré…
Por fin había llegado el primer fin de semana de mayo, refulgente y propicio para la reconciliación con la naturaleza. Lo mejor, tomar unos apuntes del natural.
Como jugábamos en Silos decidimos seguir la consigna de la Orden, unos a orar y otros al campo de fútbol, frente al Convento de San Francisco. Opté por lo primero, pues para un equipo de presupuesto asceta como el del C.D. Quintanilla del Agua éste es nuestro principal activo. Desde el atrio del recinto se divisaba la hierba del campo lista para la contienda, de un verde intenso sobre fondo azul y colinas cárdenas en el horizonte al estilo pantalla de Windows. Estaba pateada en las áreas, en forma de tonsura en el círculo central y mas que rasurada por las bandas –como los monjes cuando disputan los partidos en las noches oscuras-. Y por el exterior de las líneas de banda las “chiviritas” revoloteaban como espectadores alborozados por la inminencia del comienzo de aquel partido místico. Por un instante sentí la tentación de saltar al terreno de juego pero, de inmediato, me acordé de Wordsworth: “aunque ya nada puede devolver la hora del esplendor en la hierba… la belleza siempre perdura en el recuerdo”. Además el domingo tenía que correr la clásica antes llamada “Los Buitres” y ahora Mataviejas o Puentedura – Ura y no es cuestión, como me pasó a mi, que tú intentes convencer, a quienes nos animan durante el trayecto a terminar los diez kilómetros del recorrido, de que aquello es una carrera mata-viejos, o que les digas que ya pesan los años, porque te van a soltar, en un ataque de sinceridad, que lo que te pesan son los kilos. Vamos, que decidí pasar de aquellos tiempos épicos a estos otros mas líricos. Así es que desde el convento, aquella impresión primaveral -a modo de magdalena de Proust- me transportó al territorio de la infancia, de la felicidad. No sé cómo pero allí, sin apenas darte cuenta, quedas cegado por la luz de aquel lugar eterno, por la belleza sin abalorios de los montes, por el estruendoso silencio de las piedras, por el zumbido de las golondrinas que se afanan en sus requiebros; en fin, prendado de la naturaleza agreste, elocuente y persuasiva de estas tierras.
Y os preguntaréis ¿A qué fin viene este prólogo sobre poesía popular?
Pues porque de la misma forma que las imágenes esculpen nuestra memoria, quiero rescatar del desván de mis recuerdos la poesía de Eduardo Fraile Valles, el poeta que reconoce gozar de la dicha de poseer tres infancias: en Madrid, en Valladolid y en su pueblo, Castrodeza. Eduardo fue mi maestro en el cenáculo literario de aquellos días en los que yo presentaba mi libro de cuentos: “Briznas”. Y estuvo en Burgos el pasado jueves acompañado de Oscar Esquivias y de José Gutierrez Román. Presentó su cuarto libro “Ícaro and Co.” de, éste sí, su proyecto de siete libros “Apuntes del Natural”. Guardo con mimo y dedicación el ejemplar 290 de su anterior obra: “Y de mi sé decir”.
Y ya que es preciso terminar con la prosa del día a día, y como nadie ignora que a los artistas sólo alaban sus amigos y familiares –que diría Félix de Azúa-, yo no quiero pasar por sospechoso y aquí dejo este apunte, este post pleonásmico, dedicado a un gran poeta que novela en verso con voz clara e intensa.
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