martes, 20 de mayo de 2014
EL CHOPO DE LA ALAMEDILLA
Si prestan atención hoy les hablaré de un chopo, del chopo de la Alamedilla. El árbol pertenece a la Familia Salicaceae, con dos géneros: Populus (chopos o álamos) y Salix (sauces), y con muchas especies. Este chopo (Populus nigra) luce porte viril y temperamento robusto frente a la caseta del caminero de Santillán del Agua (Burgos). Tiene un fuste largo y recto de 1,20 metros de diámetro y mas de 60 años de edad. Traigo dos imágenes que lo sitúan en el centro de las fotografías. La una es en invierno, que es cuando nieva en nuestra tierra, aunque también nieva en este tiempo, en mayo, cuando las choperas nos amenazan con el fuego apasionado de sus pelusas blancas.
Este árbol machadiano, que posa al borde de la carretera junto al cartel del pueblo, es un maestro del viento pues compite con los pájaros y con el soniquete del agua del arroyo.
La verdad es que cuando desde la carretera divisas su figura y te vas acercando sientes el asombro de su altura majestuosa, de su pose vanidoso, su mirada altiva, como si estuviera silbando al cielo. Así es que el pasado domingo me pregunté por la talla de este buen mozo y sin dudarlo me puse manos a la obra. Solamente necesitaba un cartabón y medir los pasos que había desde el cruce del camino con la carretera, donde me encontraba, hasta el tronco: D= 96 metros. En el cartabón, que portaba con el brazo extendido, se divisaba la figura completa del chopo en 16 centímetros (h = 0,16 metros). Además, desde mis ojos al cartabón había 47 centímetros (d= 0,47 metros). En fín, que gracias a la semejanza de triángulos (H = h x D/d) acabé de tallar a nuestro protagonista. Si la geometría no miente el chopo de la Alamedilla debe de medir 32,5 metros.
jueves, 3 de abril de 2014
LIQUEN. ¿Por qué ser buenos?
El comportamiento altruista en las personas y en sociedades
animales es común pues pretende no ya la supervivencia del individuo sino de la
especie. “Ser buenos” se convierte en un incentivo como consecuencia de la
selección natural, de la misma forma que la higiene puede ser contemplada como
origen de la moral. Esforzarse en tener la vivienda limpia no solo minimiza el
riesgo de infecciones en ti, sino en la comunidad, y el beneficio para el actor
(el beneficio individual pasaría por el altruismo) sería mayor que su coste.
¡Otra manera de ver el “mutualismo”!
¿Cómo es el mutualismo en los seres vivos?
Las plantas tienen un ancestro común marino, las algas
verdes, con cloroplastos donde se efectúa la fotosíntesis. Los cloroplastos se
piensa que descienden de las cianobacterias por simbiosis, que es una fuente de
cambios evolutivos. Las algas verdes colonizaron la tierra hace 490 millones de
años (m.a.) y genes de los cloroplastos quedaron ya en las plantas. Primero las
gimnospermas (350 m.a.)
y después las angiospermas, con flores, (entre 140 y 65 m.a.) que, desde entonces,
han coevolucionado con insectos y pájaros.
Coevolucionar es interactuar, aunque solemos pensar que es el parásito el que evoluciona y el hospedador se hace tolerante. Pero ser tolerantes o virulentos no añade biodiversidad, aunque puede ayudar a cambios estables. De esta forma los humanos hemos coevolucionado con la microbiota intestinal. El mutualismo (gérmenes y hospedadores nos beneficiamos) es una forma de coevolución. También lo es la relación depredador-presa o la polinización.
Coevolucionar es interactuar, aunque solemos pensar que es el parásito el que evoluciona y el hospedador se hace tolerante. Pero ser tolerantes o virulentos no añade biodiversidad, aunque puede ayudar a cambios estables. De esta forma los humanos hemos coevolucionado con la microbiota intestinal. El mutualismo (gérmenes y hospedadores nos beneficiamos) es una forma de coevolución. También lo es la relación depredador-presa o la polinización.
Las bacterias pueden ser saprófitas, mutualistas, comensales
(relación neutra) o parásitas (patógenas). Algunos comensales como la E. coli o el Streptococo mitis
pueden pasar a patógenos ocasionando síndrome hemolítico o sepsis. Pero no hay
relación entre virulencia e infectividad pues los gérmenes suelen ser clonales,
especializados, poco diversos, aunque, en ocasiones, intercambian material
genético para conseguir ajustarse al medio mediante bacteriófagos intracromosómicos
o por plásmidos extracromosómicos.
Los hongos suelen tener un mutualismo obligado con las
plantas constituyendo las micorrizas, como la trufa, un hongo ascomiceto en
mutualismo con una planta como nogal, encina o roble.
Y, por último, el protagonista del post de hoy: un liquen. Lo
encontré cortando leña en el monte “El Yuso”. Se trata de un mutualismo entre
una planta (un alga) y un hongo, un ascomiceto. Estos líquenes permiten a ambos
superar las adversidades del ambiente: disponibilidad de agua y variaciones en
la temperatura. ¡Ah! Y son tan exquisitos como las trufas pues se usan en
perfumería. Aunque siempre en las relaciones de pareja alguien da más; en este
caso el alga se siente esclavizada por el hongo (helotalismo).
jueves, 6 de marzo de 2014
HER. ¿Pueden pensar las máquinas?
Si prestas atención te contaré si los hombres podemos enamorarnos de mujeres mecánicas, o las mujeres de androides. Ya sabemos que somos diferentes, afortunadamente, pues en lo que debemos ser iguales es en derechos, no en lo biológico. ¿Nos enamoraríamos de un software dulce y blando, o de un hardware macizo al que tocar?
Esta idea, la de enamorarse de un software, acaba de estrenarse en el cine con la película “Her”. Otra idea, no tan romántica, de mujer como robot (bot) maligno ya fue llevada a la gran pantalla por Fritz Lang en Metrópolis. Pero se dice que los hombres somos de Marte –el dios de la guerra en la mitología romana, que recordamos cada año con el canto de las marzas-, y las mujeres de Venus. Así que desconozco si la respuesta es diferente en ambos sexos.
Esta idea, la de enamorarse de un software, acaba de estrenarse en el cine con la película “Her”. Otra idea, no tan romántica, de mujer como robot (bot) maligno ya fue llevada a la gran pantalla por Fritz Lang en Metrópolis. Pero se dice que los hombres somos de Marte –el dios de la guerra en la mitología romana, que recordamos cada año con el canto de las marzas-, y las mujeres de Venus. Así que desconozco si la respuesta es diferente en ambos sexos.
En realidad a lo que aludimos y de lo que estamos hablando es de Pigmalión, aquél mito del artista quien, imposibilitado de encontrar la mujer perfecta, se enamora de su propia escultura.
La primera experiencia en ver cualidades humanas en las máquinas fue con ELIZA, un programa con voz femenina que simulaba a una psicoterapeuta y que fue creado por Weizenbaum en 1966. Y en la actualidad disfrutamos de la exitosa serie The Big Bang Theory donde podemos ver a Rajesh ligando con “Siri”, la voz de su computador Apple.
Lo cierto es que Theodore (Her), un escritor que se acaba de separar, se rinde a los encantos de Samantha, el dulce sistema operativo de su ordenador que le cautiva con la voz seductora de Scarlett Johansson en la versión original. En las postrimerías del film Theodore, celoso, le dice a Samantha lo que cualquier “humano” le diría a una mujer, “o eres mía o no eres mía”; a esto Samantha le responde: “soy tuya y no soy tuya” pues le terminó confesando que mantenía relaciones con 681 hombres a la vez.
Fue Alan Turing (1912-1954), aquél que descifró el código ENIGMA de los nazis, a quien se le atribuye este otro enigma ¿Pueden pensar las máquinas? ¿Es la mente un computador? Este fue el título de una conferencia impartida en la Universidad de Burgos por el Catedrático de Filosofía Dr. Pedro Chacón. Vino a decir que autores como Putman y Fodor defendieron tesis funcionalistas o computacionales de la mente. Vamos, que actuaría como un software ejecutando funciones independientemente de si el hardware era un cuerpo humano o baquelita. Defendían que los seres racionales eran quienes compartían ese software.
Pero… ¿Qué pasaba con las sensaciones, las percepciones, los sentimientos, la consciencia (sentir que existes, sentir la realidad de uno y de los otros, “tener conocimiento de…”).
Otros autores como Jhon Searle nos hablan de la naturaleza de los estados mentales para decirnos que lo que necesitamos es SEMÁNTICA, significados y no sintaxis. El software (la máquina) emularía la mente pero no superaría el dualismo cartesiano (mente-cuerpo) por muy rápido que fuera. En fin, que Samantha no sería una mujer por muy capaz de ligar con 681 hombres a la vez.
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viernes, 28 de febrero de 2014
DOCTOR: AMOR POR LA SABIDURÍA
En España ser doctor es cada vez mas popular pues uno de cada 600 habitantes somos doctores. En total unas 83.000 personas hemos alcanzado el más alto título universitario. En inglés a los doctores se les denomina PhD, doctores en filosofía, o lo que es lo mismo: "que sienten amor por la sabiduría". Y la mayoría no guarda relación con la medicina, aunque éste no es mi caso. Es decir, que a mi me ha tocado ser el doctor (MD) de mi pueblo (En la fotografía en la que aparezco junto a mi hermano Félix, aquella que nos hizo "el Hermoso" para el nostálgico banderín de la escuela, ya apuntaba maneras con los libros) . Esto es lo que dice la Encuesta del INE sobre Recursos Humanos en Ciencia y Tecnología. También nos dice que el 35% trabajamos en la Administración y el 43% como profesores. Y que, únicamente, el 15% trabajan en la empresa privada. En mi caso he tenido la suerte de alcanzar este título y pertenecer a ese 7% de doctores que sus padres no tenían estudios y a ese 4% de doctores que estudiaron el Bachillerato en un Instituto Público (Instituto Conde Diego Porcelos de Burgos).
Quizá se necesite un mayor reconocimiento social para quienes emprendimos esa aventura personal y solitaria de crecer profesionalmente replanteándonos todo cuanto sabemos, desconfiando de lo establecido y aprendiendo de los errores.
Ser médico exige que, además de ser profesional –ético por excelencia, que cuida-, ser un científico, tener actitud crítica, de sano escepticismo, que haga válida aquel díctum de la Royal Society: “Nullius in verba” (en boca de nadie). Debe el médico desterrar sofismas como el de autoridad, que significa creer en alguien por la solvencia de la fuente. Tenemos que reconocer dudas y desterrar falacias sabiendo que esto no va a mermar nuestra autoridad; por el contrario la acrecienta como decían Skrabanek y McCormick. Así es que se nos exige ser científicos y humanistas, conocedores de la psicología, de la cambiante complejidad de las técnicas diagnósticas y de la farmacopea, en un ámbito en continua especialización con delimitación de competencias y tendente a trabajar de forma interdisciplinaria. ¡Uff...!
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sábado, 15 de febrero de 2014
AMOR, CIENCIA Y CULTURA
Lo confieso: he celebrado el día de los enamorados.
Sí, como un friki. Impelido por esa necesidad de enseñar cultura científica, de dar luz a las gentes, de explicar el mundo. Porque de amor se trata y no fue San Valentín quien lo dijo, sino Einstein: "al principio todo el conocimiento está puesto en el amor; después, todo el amor está puesto en el conocimiento". También lo dijo Anton Chéjov, quien aseguró que había mas amor al hombre en la electricidad que en la castidad. Así que nuestro día de los enamorados tiene como referente a Minerva, la diosa romana de las ciencias y las artes. Hija de Júpiter es la diosa del conocimiento y de la virtud. La podemos ver en un cuadro de Ignaz Stern (1679-1748) que recién visitó Burgos para posarse en la Casa del Cordón. En el cuadro la diosa posa con las musas de la pintura, la escultura y la arquitectura.
La ciencia es ese camino humilde que nos conduce a una vida mas amable. Pero son los científicos quienes han despertado el interés de la sociedad por esa gran empresa cultural de la humanidad.
Y tengo que hacer otra confesión: que no hay cultura, ni científica ni de la otra; y ya saben que sin ciencia no hay futuro... Si no creen lo que les digo lean lo que me sucedió el pasado domingo. Dos jóvenes turistas me abordaron en el edificio de correos de Burgos con una guía entre las manos. Justo en ese momento se celebraba el cross de San Lesmes y desfilaba ante nosotros un hormiguero colorido de abnegados corredores ahogados en un lago de silencio, roto tan solo por el volteo de zancadas jadeantes. Mi mente estaba disputando la carrera cuando, de sopetón...
- Señor, señor ¿El Mio Cid? - me inquirieron. - ¿Un restaurante? - interpelé
- No, no. Nos han dicho que es interesante ver en Burgos la escultura del Mio Cid.
- Pero... el Mio Cid es un poema y no está en Burgos -exclamé, afanado en dar luz a las gentes-. Me imagino que lo que queréis ver es la estatua del Cid. Allá está, al otro lado del puente. ¿La véis?
Ya puesto en la tarea de ayudar a las gentes a tomar decisiones informadas les sugerí que no dejaran de visitar a otro héroe burgalés, Miguelón -no el ciclista, precisé-, que vivía en una casa de grandes cristaleras que tenían al otro lado de la calle.
Y hablando de héroes; el joven químico Luis Moreno, de la Universidad Complutense de Madrid, visitó el pasado jueves la Universidad de Burgos empeñado en esta misma empresa de divulgar la ciencia. Discípulo de Bernardo Herradón es autor del blog "ehfdquimica". Nos vino a decir que un científico es un apasionado con tres misiones: investigar(desarrollo), enseñar y divulgar (d al cubo). Que lo primero es saber y, después, saber enseñar. Un aviso para aquellos con quienes debemos colaborar: periodistas y pedagogos.
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domingo, 29 de diciembre de 2013
BREVE ANATOMÍA HUMANA EN NAVIDAD
A un seminarista le preguntaron en el exámen ¿Qué es el hombre? Él respondió: "un animal"... Y, tras pensar un poco, agregó: "pero... racional". Los instruidos examinadores convinieron solo con la segunda mitad de la respuesta... Así comienza un cuento de Chéjov que estoy leyendo estas navidades. Sigue con..."la cabeza la tiene cada uno, pero no cada uno la necesita. ¿Y la lengua? Siguiendo a Cicerón nos dice que es la enemiga del hombre y la amiga del diablo y de las mujeres...
El discurso sobre el cuerpo del hombre y su naturaleza ha sido objeto de todo tipo de analogías:los zoomorfos pueblan las iglesias románicas, gárgolas las góticas, con el Renacimiento hasta la arquitectura se humaniza. Luis Lobera representará el cuerpo como un alcazar, con ojos como atalayas, la boca como un molino y la lengua como una vieja. Y como yo soy un alegre melancólico, que diría un chejoviano -valga el oximorón-, amo la vida y huyo de todo subjetivismo.
El cuento viene al caso porque leí, este día de Nochebuena, que un miembro de un grupo defensor de los animales había denunciado al Ayuntamiento de Burgos por montar un Belén viviente. ¡Vaya, como en mi pueblo, que ya va para 20 años que lo venimos celebrando! -me dije-. El asunto trata del maltrato al que se somete al burro, a los corderos y a unas gallinas, todos figurantes en el Portal, pues se les denigra a un papel decorativo (sic). Y como soy médico, iniciado en el secreto del pecado humano, estoy convencido de que no hay literatura que supere el cinismo de la vida real. Y es que en este siglo vamos a afrontar retos que no van a solucionarse con clichés ni con ideologías: el futuro está abierto -nos dice Popper- y tenemos la responsabilidad de hacerlo mejor con libertad y con ciencia. No será con una actitud pánfila como resolvamos los problemas, ni con utopismo vácuo ni falacias naturales, ni con progresismo -esa ideología panfletaria e ilustrada del romanticismo que nos piensa llevar a hacia un progreso humanista, ni con la falacia de la autoridad, ni con la idea fuerza de la igualdad -será igualdad de oportunidades, no de sexos, de cuotas o de derechos de los animales...-, ni con la democracia sagrada, ni con la cultura como teología secular, ni con un modelo platónico del mundo que tropieza en la falacia narrativa, aquella que no quiere ver cisnes negros entre quienes nos describen la realidad.
Así que no sé qué es peor: que el asunto vaya contra el Belén por un fanatismo indocto -¡burro, es el símbolo, el caracter público del Belén, no las creencias privadas de las gentes particulares!- o bien, por otra parte, no sé si se trataría de un asunto de isovalencia. ¿Son iguales los derechos de los hombres que los de los animales? ¿Defendemos una ética antrópica o anantrópica? Acaso... ¿vamos hacia una biozooética? (El filósofo Gustavo Bueno nos recuerda a aquel nazi que dijo:"nosotros los alemanes somos los únicos del mundo que tratamos con corrección a los animales".) ¿Son, acaso, iguales los derechos de los hombres que los de los pueblos? Pero hoy se usa la lengua y el ecologismo biocentrista como arma política y parece rentable. Para los defensores de los animales y de la vida -así, en general- la vida humana no es el centro de la biosfera sino la plaga de una especie -la humana- que prolifera en detrimento de otras. El antropocentrismo del hombre no tiene por qué ir contra otros derechos.¡Es mas, creo que quieren que yo muera! Sí, como una bestia, como un burro o un cordero. Pero desconocen que los hombres no morimos, sino que fallecemos.
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sábado, 16 de noviembre de 2013
AMAR LA CIENCIA Y EL FUTBOL: LA EVOLUCIÓN
Ser intelectual no es incompatible con la pasión deportiva; digamos con el fútbol -a pesar de Eduardo Galeano, quien nos avisó de la desconfianza que sentían los intelectuales hacia el deporte del balompié-. Sin ir mas lejos, el Nóbel de física Neils Bohr (en la foto con Einstein) y su hermano, el matemático Harald, fueron internacionales con Dinamarca.
Confieso que hoy ha sido uno de esos días para amar el futbol. Por la mañana, en la Sala Polisón del Teatro Principal de Burgos, mi amigo Eduardo Munguía, filólogo y editor de Gran Vía, presentaba el libro "Benditos seáis", que nos cuenta la historia -humilde y gloriosa- del Burgos C.F. Le acompañaron dos protagonistas ilustres: José Luis Preciado (a quien tuve el gusto de saludar) y José Antonio Zamanillo, el jugador castreño que militó en el Burgos y en el Atlético de Madrid.
Ya por la tarde tocaba partido épico en Guadilla de Villa-AMAR. Allí, el C.D. Quintanilla del Agua , en el que la mitad de sus jugadores son universitarios- se ha impuesto a su rival -con un raquítico 0-1, y al tiempo inmisericorde -nieve y frío para quedarte tieso, bandas como laderas, el cierzo clavando sus garras en el rostro de los jugadores... Por la noche, partido de la selección contra Guinea Ecuatorial.
Y como este día va de fútbol e intelectualidad, amigo lector, si prestas atención libraré un último partido: el que enfrenta al fútbol con la evolución. Les contaré cómo el fútbol, al igual que la biología, no puede entenderse si no es a la luz de la evolución. ¡Que para eso estamos en Burgos!
¿Qué decir de los encuentros de fútbol? Pues que, como las batallas, nunca son definitivos. ¡Vamos, como la verdad en la ciencia! Los partidos duran 90 minutos. Y ya sé que no es un tiempo geológico el que transcurre hasta el pitido final pero sí el suficiente para que, como una analogía de la vida eterna, quepan el cielo y el infierno: el partido o se gana o se pierde. También queda el purgatorio del empate. Aunque no son teleológicos los encuentros de fútbol –no tienen una finalidad determinada-, van evolucionando con sus argumentos dentro de la cancha, como los argumentos dentro de una teoría: propuestas, conjeturas, hipótesis para explicar los hechos, en este caso el gol, el triunfo, la verdad que se persigue. Y el tiempo corre. ¡Vuela si vas perdiendo! Antes medíamos el tiempo por el santoral, o por el tiempo antropológico, el de las festividades de la cultura popular; o decimos que el tiempo geológico –el de la evolución- se mide en eras, o el histórico en épocas. Pero ahora el tiempo de nuestro tiempo se mide en temporadas de fútbol.
¿Qué ocurre en un equipo de fútbol modesto como el de un pueblo pequeño? Quienes hemos defendido los colores de equipos modestos, como el C.D. Quintanilla del Agua, sabemos que en ellos también se producen los mecanismos de la evolución. Es decir, aquellos mecanismos como el de las poblaciones pequeñas, el de los cuellos de botella, el del azar (esta temporada soportamos otro cuello de botella, el de “La viña del fraile”, marca que nos auspicia). Conservamos los jugadores –como los genes- casi por casualidad, sujetos al frío de la intemperie, al aislamiento, a la precariedad, expuestos a una elevada mortalidad, a la desaparición del equipo. Pero el azar ha dispuesto que desde los años sesenta exista en el pueblo un equipo que se reinventa, compite, sobrevive y cambia su acervo futbolístico. Las camisolas del equipo primero nacieron blancas, anudadas al cuello, para después tornar a blaugranas. Más tarde pasamos de las rojas hasta el verde turquesa de la actualidad. Vamos, que el color de la piel ha ido evolucionando en los equipos de las poblaciones pequeñas. Sí, como la mariposa Biston posada en los abedules, ahora el equipo se camufla, en verde, entre el césped para escapar del juego de los depredadores.
¿Y cómo se reproducen los equipos de fútbol? Este es el segundo mecanismo de la evolución. Influye menos el azar y a los equipos nos aparean por proximidad geográfica. Pero los jugadores eligen un equipo como se elige una pareja, una pasión, unos colores. Hay equipos por los que todos quieren fichar y uno ficha por el equipo que quiere pues hay una épica del club, unos ritos con la función social de integrarse en el equipo. Y el jugador ya forma parte del genoma del club, con una función catártica, para canalizar miedos, emociones… Y sabe que es elegido y seleccionado en el equipo para ganar en variabilidad pues en todos los organismos hay variaciones: el arquero, un lince, defensas como erizos, los delanteros como zorros. Todo por el triunfo. Los lances del encuentro se convierten en ceremonias de apareamiento donde hasta el público toma partido. Los jugadores del equipo se pavonean por los campos mostrando sus colores como si fueran pavos reales desfilando por pasarelas y exhibiendo la fuerza de la juventud, de sus ocelos y plumas tornasoladas.
Un tercer mecanismo de evolución son las mutaciones… Sí. Como los cambios en el material genético, aleatorios o inducidos, en el fútbol se producen al sortear equipos, o por el entrenador al configurar las alineaciones. Estas mutaciones a veces son neutras, pero otras producen jugadores leñeros, como si fuesen oncogenes, o bien equipos con genética de “fair-play” inglés. Otras veces llegan de repente, como un cataclismo: un árbitro sanciona una pena máxima –un fusilamiento al decir de Camus-, o un fuera de juego, o una picardía latina -como la de Hans, nuestro delantero, un artista de la pantomima- que cambia el rumbo del partido. Las sustituciones de jugadores, los lances del juego, o el ambiente de los “hooligans”, en fin, de la epigenética, dibujan nuevos equipos, escudos, nuevas formas, nuevos fenotipos.
Un último mecanismo de evolución es el flujo génico. Los jugadores del medio rural suelen emigrar, o bien nuevos jugadores urbanos colonizan los equipos rurales encontrando nuevos nichos ecológicos donde practicar este deporte. En este último campeonato fútbol de la Diputación Provincial de Burgos se exige un cincuenta por ciento de jugadores locales. Hete aquí la mano del hombre, la de la selección artificial.
Y como consecuencia de estos cuatro mecanismos llegamos a la selección natural de fútbol: un equipo adaptado donde se reproducen los jugadores con las características más favorables. Una selección natural que conduce a equipos deportivos o marrulleros. Futbolistas nacen más que los que pueden sobrevivir en los equipos pues compiten por los recursos y, como el fútbol no es democrático y somos veinticinco, nos vemos obligados a las convocatorias para que todos jueguen partidos. Con el paso del tiempo los equipos cambian, pero todos descienden de una rama del árbol común. Y por eso algunos equipos, como el C.D. Quintanilla del Agua, llevan el árbol en el escudo. La evolución continúa: jugadores como guerreros de una tribu que son capaces de ganarle al equipo del pueblo de al lado y equipos capaces de sobrevivir al paso del tiempo. Digo de la temporada.
Y como este día va de fútbol e intelectualidad, amigo lector, si prestas atención libraré un último partido: el que enfrenta al fútbol con la evolución. Les contaré cómo el fútbol, al igual que la biología, no puede entenderse si no es a la luz de la evolución. ¡Que para eso estamos en Burgos!
¿Qué decir de los encuentros de fútbol? Pues que, como las batallas, nunca son definitivos. ¡Vamos, como la verdad en la ciencia! Los partidos duran 90 minutos. Y ya sé que no es un tiempo geológico el que transcurre hasta el pitido final pero sí el suficiente para que, como una analogía de la vida eterna, quepan el cielo y el infierno: el partido o se gana o se pierde. También queda el purgatorio del empate. Aunque no son teleológicos los encuentros de fútbol –no tienen una finalidad determinada-, van evolucionando con sus argumentos dentro de la cancha, como los argumentos dentro de una teoría: propuestas, conjeturas, hipótesis para explicar los hechos, en este caso el gol, el triunfo, la verdad que se persigue. Y el tiempo corre. ¡Vuela si vas perdiendo! Antes medíamos el tiempo por el santoral, o por el tiempo antropológico, el de las festividades de la cultura popular; o decimos que el tiempo geológico –el de la evolución- se mide en eras, o el histórico en épocas. Pero ahora el tiempo de nuestro tiempo se mide en temporadas de fútbol.
¿Qué ocurre en un equipo de fútbol modesto como el de un pueblo pequeño? Quienes hemos defendido los colores de equipos modestos, como el C.D. Quintanilla del Agua, sabemos que en ellos también se producen los mecanismos de la evolución. Es decir, aquellos mecanismos como el de las poblaciones pequeñas, el de los cuellos de botella, el del azar (esta temporada soportamos otro cuello de botella, el de “La viña del fraile”, marca que nos auspicia). Conservamos los jugadores –como los genes- casi por casualidad, sujetos al frío de la intemperie, al aislamiento, a la precariedad, expuestos a una elevada mortalidad, a la desaparición del equipo. Pero el azar ha dispuesto que desde los años sesenta exista en el pueblo un equipo que se reinventa, compite, sobrevive y cambia su acervo futbolístico. Las camisolas del equipo primero nacieron blancas, anudadas al cuello, para después tornar a blaugranas. Más tarde pasamos de las rojas hasta el verde turquesa de la actualidad. Vamos, que el color de la piel ha ido evolucionando en los equipos de las poblaciones pequeñas. Sí, como la mariposa Biston posada en los abedules, ahora el equipo se camufla, en verde, entre el césped para escapar del juego de los depredadores.
¿Y cómo se reproducen los equipos de fútbol? Este es el segundo mecanismo de la evolución. Influye menos el azar y a los equipos nos aparean por proximidad geográfica. Pero los jugadores eligen un equipo como se elige una pareja, una pasión, unos colores. Hay equipos por los que todos quieren fichar y uno ficha por el equipo que quiere pues hay una épica del club, unos ritos con la función social de integrarse en el equipo. Y el jugador ya forma parte del genoma del club, con una función catártica, para canalizar miedos, emociones… Y sabe que es elegido y seleccionado en el equipo para ganar en variabilidad pues en todos los organismos hay variaciones: el arquero, un lince, defensas como erizos, los delanteros como zorros. Todo por el triunfo. Los lances del encuentro se convierten en ceremonias de apareamiento donde hasta el público toma partido. Los jugadores del equipo se pavonean por los campos mostrando sus colores como si fueran pavos reales desfilando por pasarelas y exhibiendo la fuerza de la juventud, de sus ocelos y plumas tornasoladas.
Un tercer mecanismo de evolución son las mutaciones… Sí. Como los cambios en el material genético, aleatorios o inducidos, en el fútbol se producen al sortear equipos, o por el entrenador al configurar las alineaciones. Estas mutaciones a veces son neutras, pero otras producen jugadores leñeros, como si fuesen oncogenes, o bien equipos con genética de “fair-play” inglés. Otras veces llegan de repente, como un cataclismo: un árbitro sanciona una pena máxima –un fusilamiento al decir de Camus-, o un fuera de juego, o una picardía latina -como la de Hans, nuestro delantero, un artista de la pantomima- que cambia el rumbo del partido. Las sustituciones de jugadores, los lances del juego, o el ambiente de los “hooligans”, en fin, de la epigenética, dibujan nuevos equipos, escudos, nuevas formas, nuevos fenotipos.
Un último mecanismo de evolución es el flujo génico. Los jugadores del medio rural suelen emigrar, o bien nuevos jugadores urbanos colonizan los equipos rurales encontrando nuevos nichos ecológicos donde practicar este deporte. En este último campeonato fútbol de la Diputación Provincial de Burgos se exige un cincuenta por ciento de jugadores locales. Hete aquí la mano del hombre, la de la selección artificial.
Y como consecuencia de estos cuatro mecanismos llegamos a la selección natural de fútbol: un equipo adaptado donde se reproducen los jugadores con las características más favorables. Una selección natural que conduce a equipos deportivos o marrulleros. Futbolistas nacen más que los que pueden sobrevivir en los equipos pues compiten por los recursos y, como el fútbol no es democrático y somos veinticinco, nos vemos obligados a las convocatorias para que todos jueguen partidos. Con el paso del tiempo los equipos cambian, pero todos descienden de una rama del árbol común. Y por eso algunos equipos, como el C.D. Quintanilla del Agua, llevan el árbol en el escudo. La evolución continúa: jugadores como guerreros de una tribu que son capaces de ganarle al equipo del pueblo de al lado y equipos capaces de sobrevivir al paso del tiempo. Digo de la temporada.
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