domingo, 28 de septiembre de 2014
UN RELOJ DE SOL DE TRES CARAS
Le dije a uno de mis mejores amigos, Javier Santamaría, que el reloj mas preciso era aquel que estaba parado pues da dos veces al día la hora exacta. En fin, esta ironía era de Lewis Carroll en su “matemática demente”- Claro, que la precisión no significaba que fuera exacto pues un reloj parado no vale para saber la hora y es mas importante la validez que la precisión.
Así que manos a la obra. Javi, que siempre ha sido un tipo ingenioso, con capacidad inventiva, curioso y paciente – no he conocido a nadie como él y mi primo Luis para escrutar la naturaleza- se puso manos a la obra y se decidió a construir un reloj de sol; bueno, tres relojes de sol en la misma piedra: uno horizontal y dos verticales, con declinación -me dijo-. No necesita pilas, ni cuerda, y la precisión es en torno a un minuto. Esta aventura le ha dado mas de un dolor de cabeza pero hoy está orgulloso de haberse devanado los sesos, de haber arrancado esos secretos desconocidos a la naturaleza.
¿Y por qué tres le dije? ¿Acaso dudas de la validez? Caes- le dije- en aquella falacia del pregonero, aquel que compraba tres periódicos iguales para ver si era verdad lo que decían. Pero a Javi le estimulan los retos y empezó contándome cómo calculó el meridiano del lugar, sobre la necesidad de ajustar el reloj a la longitud de 3 grados oeste donde está situado Quintanilla del Agua y que supone mas de 12 minutos de retraso respecto de nuestra referencia, el Meridiano de Greenwich. El gnomon, que apunta al polo celestial, está dirigido al norte y su inclinación depende de la latitud del lugar (42 grados N en Quintanilla); En fin, que para tener esa precisión de un minuto se necesita de la ecuación del tiempo pues la tierra gira, en primavera y otoño, a una velocidad de 23h. 56´23´´ mientras que en verano e invierno gira una vuelta en 23h. 55´43´´. También me dijo que me pasaría los ángulos entre las marcas de las horas para que me construyera mi propio reloj porque si estuviésemos en el Ecuador cada hora comprendería 15 grados pero estamos a 42 grados de latitud.
Meritorio el esfuerzo que ha hecho mi amigo Javi por esa aventura del saber. Hoy existen aplicaciones como http://sundial.damia.net en la que se puede elegir el tipo de reloj de sol, te lleva a Google maps para localizar el lugar y la declinación de tu pared y le das a imprimir. Conociendo a Javi me temo que no se conforme con este reloj de tres caras y ande dándole vueltas al reloj analemático ,construido en el suelo con el gnomon vertical del propio cuerpo, por lo que deberá construir ahora no uno sino doce relojes, uno para cada mes del año.
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lunes, 15 de septiembre de 2014
EL YUSO SE HA QUEMADO
Aunque confieso que no soy seguidor de una ética ambiental biocéntrica -aquella que reivindica igual valor para todos los seres vivos- pues en un conflicto entre hombres animales y plantas yo me posiciono como antropocéntrico, en fin aristotélico que se siente uno, he visto como una abubilla pisoteaba las cenizas entre estepas, quejigos y enebros calcinados por el fuego… ¿Y cómo no regresar del estío con un lamento? Por ello he querido ilustrar este post con estas imagenes lastimeras que han quedado grabadas en mi retina -a sangre y fuego que diría Neruda- del incendio del monte “El Yuso”. Miedo, pena, rabia… sentimientos que denuncian un mundo rural desamparado, frágil, como un anciano que se enfrenta a un entorno hostil y que ve amenazada su existencia por la soledad, por una caída quizá, o por el descuido. Fui testigo del incendio que el pasado uno de septiembre asoló buena parte del “Yuso”, ese reino de las sombras de 700 has. que compartimos Puentedura y Quintanilla del Agua y es difícil sustraerse a algunas reflexiones sobre el suceso:
la primera, la impresión subjetiva que queda cuando el monte se quema que no es otra que la de pérdida de la memoria individual -como en el Alzheimer- y colectiva, el sentimiento de nostalgia por unos lugares de gran valor ambiental, espiritual y material. También significa una pérdida de futuro por el valor ecológico del bosque donde se posa la biodiversidad y el CO2. Queda este otro testimonio gráfico, como si de un epitafio se tratase, de la inicial de la dueña -la F de Felisa-, chamuscada en un tronco de enebro.
La segunda, los datos objetivos: se ha perdido la mitad del monte. Como si un anciano perdiera la mitad del calcio de su esqueleto, se ha perdido un ecosistema que alberga infinidad de especies: se han perdido sabinares, esa madera imputrescible, y quejigos y encinas centenarias que daban cobijo a rabilargos, águilas, córvidos, estorninos y abubillas… (como aquella superviviente que he visto sorteando estepas y enebros y paseando sobre un suelo tórrido y cadavérico). La administración ha hablado de causas antrópicas, quizá de negligencias, de la necesidad de limpiar y repoblar, pero no ha reparado en la eficacia de los medios antiincendios, en la ausencia de planes de prevención (concentración, caminos…) en la información y sensibilización de la población.
Por último, la percepción social del suceso. Me temo que la población no siente aquello de “cuando el monte se quema algo suyo se quema” -que decía aquel “slogan” del ICONA-. Tengo la impresión de que la legislación sobre montes es vista como algo elitista que no tiene en cuenta las necesidades de la gente; no hemos de olvidar que un monte útil estará mas protegido y preparado para conservar los recursos naturales.
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