Con el otoño he vuelto a las aulas. Sí, a la Facultad de Ciencias como profesor asociado en el grado de Ciencia y Tecnología de los Alimentos. Y les he dicho a mis alumnos que no se si es una buena idea enseñar pues decía Anton Chejov -el médico y maestro de la literatura universal- que los hombres inteligentes (entiéndase en genérico) lo que quieren es aprender, el resto enseñar. Pero también les he dicho que enseñando se aprende, así es que aquí estoy, de nuevo, aprendiendo sobre sabores y olores.
¿Sabéis que además de los cuatro sabores básicos (ácido, salado, dulce y amargo) existe un quinto sabor?
Pues sí, el del glutamato, sabor producido por la sal de un aminoácido abundante en tomates, espárragos y carne. Es un aditivo y potenciador del sabor. Y, últimamente, los aficionados a la culinaria andan detrás del sexto sabor, el geométrico. Dicen que se producen moléculas sápidas al calentar alimentos a mas de 130 grados centigrados, o bien según su composición en función de la relación hidratos de carbono / proteinas.
Pero para sabores os dejo la fotografía de la escuela que me trae a la memoria el sabor dulce de la infancia, de aquellas tardes otoñales, tardes de niebla, de tareas y de juegos en la calle... Pero también el sabor amargo del olvido, el de las persianas bajadas de mi escuela.
Con el otoño también he vuelto a sentir algo que hacía tiempo no experimentaba: ese placer de olor a tierra mojada.
¿Habéis notado alguna vez ese aroma a humedad al pasar cerca de una fuente o tras la lluvia? Es debido a la presencia de una molécula: la geosmina. Esta sustancia alcohólica está producida por bacterias como Streptomyces coelicolor, por algunos hongos Penicillium -que enturbian los aromas de un buen vino- y por cianobacterias del suelo. Los Camélidos detectan esta molécula en el desierto desde distancias de 80 kms. y los cactus la usan como reclamo a los insectos para que así sean polinizados por ellos.
viernes, 26 de octubre de 2012
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