sábado, 16 de noviembre de 2013

AMAR LA CIENCIA Y EL FUTBOL: LA EVOLUCIÓN

Ser intelectual no es incompatible con la pasión deportiva; digamos con el fútbol -a pesar de Eduardo Galeano, quien nos avisó de la desconfianza que sentían los intelectuales hacia el deporte del balompié-. Sin ir mas lejos, el Nóbel de física Neils Bohr (en la foto con Einstein) y su hermano, el matemático Harald, fueron internacionales con Dinamarca. Confieso que hoy ha sido uno de esos días para amar el futbol. Por la mañana, en la Sala Polisón del Teatro Principal de Burgos, mi amigo Eduardo Munguía, filólogo y editor de Gran Vía, presentaba el libro "Benditos seáis", que nos cuenta la historia -humilde y gloriosa- del Burgos C.F. Le acompañaron dos protagonistas ilustres: José Luis Preciado (a quien tuve el gusto de saludar) y José Antonio Zamanillo, el jugador castreño que militó en el Burgos y en el Atlético de Madrid. Ya por la tarde tocaba partido épico en Guadilla de Villa-AMAR. Allí, el C.D. Quintanilla del Agua , en el que la mitad de sus jugadores son universitarios- se ha impuesto a su rival -con un raquítico 0-1, y al tiempo inmisericorde -nieve y frío para quedarte tieso, bandas como laderas, el cierzo clavando sus garras en el rostro de los jugadores... Por la noche, partido de la selección contra Guinea Ecuatorial.

Y como este día va de fútbol e intelectualidad, amigo lector, si prestas atención libraré un último partido: el que enfrenta al fútbol con la evolución. Les contaré cómo el fútbol, al igual que la biología, no puede entenderse si no es a la luz de la evolución. ¡Que para eso estamos en Burgos!  

¿Qué decir de los encuentros de fútbol? Pues que, como las batallas, nunca son definitivos. ¡Vamos, como la verdad en la ciencia! Los partidos duran 90 minutos. Y ya sé que no es un tiempo geológico el que transcurre hasta el pitido final pero sí el suficiente para que, como una analogía de la vida eterna, quepan el cielo y el infierno: el partido o se gana o se pierde. También queda el purgatorio del empate. Aunque no son teleológicos los encuentros de fútbol –no tienen una finalidad determinada-, van evolucionando con sus argumentos dentro de la cancha, como los argumentos dentro de una teoría: propuestas, conjeturas, hipótesis para explicar los hechos, en este caso el gol, el triunfo, la verdad que se persigue. Y el tiempo corre. ¡Vuela si vas perdiendo! Antes medíamos el tiempo por el santoral, o por el tiempo antropológico, el de las festividades de la cultura popular; o decimos que el tiempo geológico –el de la evolución- se mide en eras, o el histórico en épocas. Pero ahora el tiempo de nuestro tiempo se mide en temporadas de fútbol.  

¿Qué ocurre en un equipo de fútbol modesto como el de un pueblo pequeño? Quienes hemos defendido los colores de equipos modestos, como el C.D. Quintanilla del Agua, sabemos que en ellos también se producen los mecanismos de la evolución. Es decir, aquellos mecanismos como el de las poblaciones pequeñas, el de los cuellos de botella, el del azar (esta temporada soportamos otro cuello de botella, el de “La viña del fraile”, marca que nos auspicia). Conservamos los jugadores –como los genes- casi por casualidad, sujetos al frío de la intemperie, al aislamiento, a la precariedad, expuestos a una elevada mortalidad, a la desaparición del equipo. Pero el azar ha dispuesto que desde los años sesenta exista en el pueblo un equipo que se reinventa, compite, sobrevive y cambia su acervo futbolístico. Las camisolas del equipo primero nacieron blancas, anudadas al cuello, para después tornar a blaugranas. Más tarde pasamos de las rojas hasta el verde turquesa de la actualidad. Vamos, que el color de la piel ha ido evolucionando en los equipos de las poblaciones pequeñas. Sí, como la mariposa Biston posada en los abedules, ahora el equipo se camufla, en verde, entre el césped para escapar del juego de los depredadores.  

¿Y cómo se reproducen los equipos de fútbol? Este es el segundo mecanismo de la evolución. Influye menos el azar y a los equipos nos aparean por proximidad geográfica. Pero los jugadores eligen un equipo como se elige una pareja, una pasión, unos colores. Hay equipos por los que todos quieren fichar y uno ficha por el equipo que quiere pues hay una épica del club, unos ritos con la función social de integrarse en el equipo. Y el jugador ya forma parte del genoma del club, con una función catártica, para canalizar miedos, emociones… Y sabe que es elegido y seleccionado en el equipo para ganar en variabilidad pues en todos los organismos hay variaciones: el arquero, un lince, defensas como erizos, los delanteros como zorros. Todo por el triunfo. Los lances del encuentro se convierten en ceremonias de apareamiento donde hasta el público toma partido. Los jugadores del equipo se pavonean por los campos mostrando sus colores como si fueran pavos reales desfilando por pasarelas y exhibiendo la fuerza de la juventud, de sus ocelos y plumas tornasoladas.  

Un tercer mecanismo de evolución son las mutaciones… Sí. Como los cambios en el material genético, aleatorios o inducidos, en el fútbol se producen al sortear equipos, o por el entrenador al configurar las alineaciones. Estas mutaciones a veces son neutras, pero otras producen jugadores leñeros, como si fuesen oncogenes, o bien equipos con genética de “fair-play” inglés. Otras veces llegan de repente, como un cataclismo: un árbitro sanciona una pena máxima –un fusilamiento al decir de Camus-, o un fuera de juego, o una picardía latina -como la de Hans, nuestro delantero, un artista de la pantomima- que cambia el rumbo del partido. Las sustituciones de jugadores, los lances del juego, o el ambiente de los “hooligans”, en fin, de la epigenética, dibujan nuevos equipos, escudos, nuevas formas, nuevos fenotipos.

Un último mecanismo de evolución es el flujo génico. Los jugadores del medio rural suelen emigrar, o bien nuevos jugadores urbanos colonizan los equipos rurales encontrando nuevos nichos ecológicos donde practicar este deporte. En este último campeonato fútbol de la Diputación Provincial de Burgos se exige un cincuenta por ciento de jugadores locales. Hete aquí la mano del hombre, la de la selección artificial.

Y como consecuencia de estos cuatro mecanismos llegamos a la selección natural de fútbol: un equipo adaptado donde se reproducen los jugadores con las características más favorables. Una selección natural que conduce a equipos deportivos o marrulleros. Futbolistas nacen más que los que pueden sobrevivir en los equipos pues compiten por los recursos y, como el fútbol no es democrático y somos veinticinco, nos vemos obligados a las convocatorias para que todos jueguen partidos. Con el paso del tiempo los equipos cambian, pero todos descienden de una rama del árbol común. Y por eso algunos equipos, como el C.D. Quintanilla del Agua, llevan el árbol en el escudo. La evolución continúa: jugadores como guerreros de una tribu que son capaces de ganarle al equipo del pueblo de al lado y equipos capaces de sobrevivir al paso del tiempo. Digo de la temporada.